Caminando por las turísticas calles de Praga, tienes la sensación constante de que un dragón va a sobrevolarte en cualquier momento para refugiarse en una de sus torres. En dicimbre, el hielo que la viste de novia durante el largo invierno hace que parezca aún más hermosa; aunque hay que ir bien preparado para temperaturas que nunca se hacen positivas.
No es tan barata como anuncian algunos, pero tampoco cara y realmente merece la pena conocerla. Los entendidos comentan que la típica cerveza (1,5€ máximo el medio litro, salvo en un bar llamado Mystic, cerca del castillo, donde cobran el doble que en el resto de locales que visitamos) es buena y más suave que la Ambar: estupenda para compartir con unos buenos compañeros de viaje. No dejéis de probar las sopas (el Goulas es carne guisada con pan) y ver uno de los espectáculos de teatro negro.
En la plaza del famoso y concurridísimo reloj, a las 11h, veréis "guías" con paraguas que te muestran el centro histórico en tu idioma por la voluntad. Todos los camareros hablan inglés, pero utilizan el lenguaje universal para echarte del local cuando consideran que ya has agotado el tiempo de estancia, aunque todas las mesas estén vacías.
Pero eso sí, no vayáis con Vueling, a nosotros nos dejaron tirados un día entero en el aeropuerto porque adelantaron nuestro avión sin avisar... ¡y tuvimos que pagar otro billete a la misma compañía al día siguiente!
La Vieja-Nueva Sinagoga, uno de los pocos vestigios de la Europa judía tras el holocauto. Enfrente tenéis el conocido cementerio, aunque el precio de la entrada no se ajusta a las condiciones en que se encuentra...


Que bonito, lo tengo en pendientes
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